Gato

Antes de nada os aviso que esto que viene a continuación no es una review de una sala de escape. Aprovecharé que es mi blog (compartido pero con autorización de los compañeros), que lo tengo siempre disponible online, para así explicaros un poco la vida de uno de los seres que más compañía me ha dado durante los últimos diez años. Juntos hemos pasado momentos  maravillosos, tiernos y relajantes pese al dolor que actualmente llevo encima. Además, aunque os lo toméis en broma, últimamente tengo serios problemas de memoria así que aprovecho que escribir esto me ayudará a no olvidar, desahogarme un poco y recordar ciertos momentos. Arranco:

Era 27 de mayo de 2011, menos de dos meses antes de nuestra boda, una tarde de viernes cualquiera al llegar a casa después de trabajar. Al entrar en el salón me encontré a un gato metido en una caja de plátanos. Mi novia por entonces, había acordado con una amiga suya, que tenía un gran terreno y una gata preñada, que cuando ésta diese a luz, al tiempo le daría una cría, ya que en algún momento yo había insinuado que me podría hacer gracia (iluso de mi, gracia…). Según me contó, cuando fue a buscar a la cría, escogió a la única que no le tuvo miedo y se mostró indiferente ante su presencia.

En casa, nada más ver a semejante cosita, poco más grande que mi mano, me llené de ilusión y claro, yo no tenía demasiada idea de cómo «funcionaba» un gato, así que poco a poco fuimos conociéndonos, mimos por aquí, carantoñas por allá y todo ello mientras el animal quería curiosear todo lo que le rodeaba. No recuerdo qué le dimos de cenar en su primera noche en casa, probablemente un poco de jamón dulce o atún desmenuzado. Era un gato curioso, ya que no hacía miau como uno esperaría; hacía un ruido como de exigencia Mih, Meh, como reclamando tu atención en gatuno imperativo y durante esa tarde/noche quizás lo hizo una o dos veces, no más.

Pese a hacer un poco de calor, la primera noche la pasó durmiendo encima de mi torso, lo cual fue un preludio de lo que me esperaba los próximos años. Al amanecer el próximo día, le dimos algo de comer y nos fuimos a buscarle comida adecuada, pienso, arenero, algún juguete y un rascador. Al volver a casa no la encontrábamos, buscamos por todos los rincones hasta que apareció dormido encima de un mueblecito zapatero. Nos dirigimos al veterinario a pasarle la ITV, ponerle las vacunas y anti parásitos pertinentes y allí mismo nos dijeron que era un macho, así que decidí ponerle como nombre «Gato», sin embargo pasaron los días y ahí faltaban pelotas por lo que resultó ser una hembra de nombre «Gato» ya que al poco tiempo ya reaccionaba a su nombre. Todavía conservo la cartilla con la errata en el sexo.

Día sí y día también la perdíamos por casa, ya que no paraba de explorarlo todo y de paso se echaba una siesta a cada rato… por lo que decidimos ponerle un collarcito con un cascabel (cosa que le duró pocos días ya que me enteré que no era bueno para ellos). Durante unos días la tuvimos un poco más localizada, aunque la manera de hacerla venir era abrir la nevera o simplemente acercarnos a la cocina, en ese momento era como el anuncio ese en el que abrían un paquete de donnetes y aparecían los amigos de cualquier lugar; esta gata no se saciaba nunca. Vivíamos en un dúplex en el que nuestro dormitorio estaba en el piso de arriba y gato no sabía subir las escaleras todavía, aunque fue cuestión de unos días que empezase a bajarlas sola y otros pocos para que con mucho esfuerzo las escalase de subida.

Si, es la caja de un Scrabble

Desde el primer día hizo sus cosas en el arenero y utilizó los rascadores que le íbamos comprando. Alguna vez, de pequeña, para trepar al sofá si que clavó las uñas, pero fueron pocas veces. Un día intentamos bañarla, no os hacéis la idea de lo feo y esquelético que se ve un gato mojado hasta que pasáis por esto. El baño en si no le desagradó, pero el secado fue complicadete, ya que el ruido del secador no le pitufaba demasiado y con tanta toalla y frote se estaba empezando a crispar, así que siendo verano, nos aseguramos de secarle bien las orejas y la dejamos bien fresca. Ese día aprovechamos para cortarle las uñas, sin embargo no le hizo mucha gracia tampoco…. durante los próximos meses mi ex lo hizo varias veces, hasta que decidimos dejar de hacerlo porque a la gata no le gustaba, de hecho no se dejaba coger para dejarla encima nuestro o en algún rascador. Las cosas tenían que ser cuando ella quería (así empezó su reinado de la casa).

Aunque no parecía una gata cariñosa, de esas que se te acercan a pedir caricias, toleraba bien las visitas, paseándose por encima de ellos si estaban en el sofá o observando sus movimientos. Si que le gustaba jugar con cualquier cosa que se moviese, una cuerda, algunos juguetes pero sobre todo, las bolsas de la compra hechas una bola a base de hacerles media docena de nudos y los tickets de la compra arrugados y hechos una pelotita. De hecho, si le tirábamos uno de esos dos, la mayoría de veces nos lo traía para que se lo volviéramos a lanzar 3 o 4 veces. No paraba de correr cuando le daban prontos, algunas veces de madrugada. Un día, se me puso encima del regazo con ganas de echarse una siesta y empezó a emitir un sonido, como si de un motor al ralentí se tratase. Yo no tenía ni idea de que podía ser eso y preocupado llamé a un amigo que tenía un gato, el cual me dijo que era normal, que lo hacían cuando estaban contentos o a gusto; y ese fue el primer ronroneo de gato.

En casa no podíamos irnos de escapada o preparar un mochila, ya que a la mínima aparecía gato dentro del equipaje, como buena gata.

Iban pasando los días y llegó el día de la boda, ahí ya teníamos un vínculo forjado, así que me tomé una foto con ella, aunque ella no estaba mucho por la labor ya que había mucho movimiento en casa y quería marujear bolsos y demás cosas que atraían su atención.

Al tiempo, un día se presentó en mi trabajo un amigo con un gatito desnutrido que se habían encontrado en el terreno de la casa de su suegra y les había dado pena dejarlo ahí ya que no habría durado ni dos días; y como uno no sabe decir que no, ese día fuimos uno más en casa y adoptamos al nuevo chico, éste sí que era chico, tenía dos olivas colganderas traseras que pá qué. Gato lo acogió estupendamente, sin tenerle en cuenta la infestación de pulgas que nos trajo el primer día (antes de llevarlo al veterinario); sin embargo él era bastante travieso y quería monopolizarlo todo, los juegos siempre para él, al igual que la atención y de paso, si podía perseguir a gato o pegarle un mordisco, se lo pegaba, pero con el tiempo Gato fue aprendiendo un poco y cuando lo veía aparecer despistado tras una puerta o simplemente pasaba por delante de ella, le pegaba un par de collejas. Tenían una buena relación de hermanos y durmiendo, sobretodo ella, se limpiaban mutuamente y se daban calor.

Pero claro, ahora teníamos un macho y una hembra, y teníamos que castrar a uno de los dos; leyendo e informándonos decidimos que trasto fuese el elegido, ya que era un proceso mucho más simple en términos de recuperación y más económico, así que en cuanto vimos que Trasto empezaba a querer jugar a los médicos con Gato #CasiIncestoInside, le llevamos a que le quitasen las olivillas y en un día ya lo teníamos revoloteando por casa como si no hubiese pasado nada y no se engordó «demasiado» hasta el día de hoy. Los celos de Gato siempre estuvieron por ahí en medio, de golpe y porrazo veíamos que se nos acercaba a la pierna y arqueaba el lomo pidiendo caricias, y como ella era rancia como yo, rápidamente sabíamos que nos venían unos días de mimos, algunos maullidos en la puerta de casa y la imposibilidad de trabajar en el ordenador seriamente ya que a la mínima que me iba al ordenador aparecía un proyectil bigotudo que se tiraba a mis manos con exigencias de carantoñas y claro, uno no se podía resistir.

Cada vez éramos más una família consolidada, hasta que un día me encontré en la situación de vivir la ruptura con la que ya era mi mujer; en esos días la compañía gatuna fué un pilar muy importante para mi salud emocional; de hecho con el tema del divorcio, una de las frases que le dije a mi ex fue que se podía llevar todo lo que quisiera de casa menos los gatos y el ordenador, así tal cual; entre las cosas que se llevó estuvieron el coche o diversos electrodomésticos que aún hoy en día (incluso con una mudanza de por medio) voy descubriendo que han desaparecido. Fueron días complicados hasta que averigüé lo que realmente había pasado en nuestra relación, ya que los motivos expuestos en un principio no se sostenían de ningún modo. Las dos fieras no estuvieron a más de 5 metros de mí durante esos días.

Poco a poco fui retomando la nueva normalidad hasta que un día apareció María José en mi vida, la que decía que no le gustaban los gatos, que incluso les tenía miedo, el primer día que estuvo en casa tuvo que «sufrir» que los nenes le pasaran por encima en repetidas ocasiones y probablemente que alguno de ellos se acomodase en su regazo un rato. Sin duda, poco a poco les fue perdiendo el miedo, e incluso se quedó con ellos en casa durante un viaje de 15 días que hice #Favorazo.

En nada volvimos a ser una família, mejor avenida y nos pegábamos unas siestas en el sofá del carajo, con los gatos encima. María les perdió el miedo completamente de manera rápida, aunque todavía no tolera muy bien los «mordisquitos de amor» que Trasto nos propina alguna vez jugando ^^. Cierto es que ella no tiene tanta maña en cogerlos, cargarlos o intentar meterlos en el transportín, pero se que si es necesario lo lograría hacer; es como si me dan un bebé a mí, lo cogeré con 4 dedos en cada mano y los brazos extendidos ya que «no sé cómo funcionan».

 

Para las navidades de 2021 nos mudamos, a 2 calles de donde vivíamos, y los gatos se adaptaron estupendamente al nuevo piso ya que tiene un ventanal por el que durante toda la mañana entra el sol y desde el que, subidos en sus rascadores, pueden ver a la gente de la calle pasar, los coches y el mar. Además en la parte trasera contamos con un patio interior, que hemos cubierto con rejas tipo gallinero y así podían salir a disfrutar del aire, sentir la lluvia y una cosa importante, tener la caja de arena en el exterior sin riesgos de fugas gatunas.

Ella siempre había sido una gata insaciable en lo que a comer se refería y además, bebía con desespero; sin embargo últimamente había empezado a comer un poco más lenta, cosa que el Trasto aprovechaba para, cuando nos despistábamos, robarle un poco de su ración de comida húmeda. Poco antes de llevar un año en el piso nuevo, en una de mis metidas de mano rutinarias a la panza de Gato, noté un pequeño bulto, como un conguito de tamaño y al rato encontré otro más pequeño. Rápidamente fuimos al veterinario, le hicieron palpaciones, examinaron y realizaron unas placas para ver que no hubiese problemas pulmonares (que es donde suelen atacar rápidamente los cánceres gatunos). Ese mismo día concertamos una nueva cita para extirparlos y analizarlos. El post operatorio fue un poco caótico, ya que el primer día le pusieron una campana de plástico (el típico cono para que no se limpie las heridas) y a cada dos pasos se asustaba y estaba súper desorientada, así que el día siguiente fuimos para que nos la embutieran en una venda compresiva como si una de gata longaniza se tratase, y eso lo llevó estupendamente. A la semana fuimos a la revisión, le quitaron la malla y nos dieron la mala noticia, los resultados de la biopsia de la extirpación; un cáncer de grado 3, el más malo que podía tocar. La misma angustia y nudo en la garganta que tengo ahora escribiendo, recorrió mi cuerpo, ya que la tasa de supervivencia a ese tipo de enfermedades era bajísima; sin embargo tenía esperanza a tope de que una vez extirpados los bultitos, la cosa no se reprodujera de nuevo. Gato se recuperó estupendamente y hacía vida normal por lo que nos fuimos olvidando de la operación y lo que había pasado, hasta el punto en que prácticamente había recuperado casi todo el pelo barriguil que le habían tenido que rapar para la intervención. Y un día vi que le faltaba un diente inferior de los 4 grandes y característicos que tienen los gatos, atribuí eso a que comiese más lento, aunque no me hubiese fijado antes.

A la vuelta de nuestra última escapada por los escapes del Levante español, al par de días notamos que Gato apenas se movía de la manta que hay en el sofá y que no tenía ganas locas de ir a comer, como habitualmente, dejamos pasar un día pero al segundo día le llevamos la comida a donde estaba ella y no tenía muchas ganas de comer. Optamos por darle algún snack líquido y eso sí que se lo comía a gusto, sin embargo dejaba de comer por ella misma, sin ser nosotros los que le decíamos que no había más; mal asunto. En los próximos días la fuimos «forzando» un poco a comer, ella únicamente se movía para ir a su arenero a soltar lastre, por lo demás, ni cuando íbamos a la cama se quería venir como de costumbre, sin embargo yo no la quería dejar sola y me la llevaba ^^. También notamos que pese a apenas comer, se le había hinchado un poco la barriga. Cuando pasaron tres días y la cosa seguía igual, e incluso un día encontramos una mancha de pipi fuera de la caja; la llevamos al veterinario donde la examinaron de nuevo encontrando una terrible deshidratación, descartaron metástasis con unas placas, hicieron una ecografía en la que se vio el líquido de la barriga y los ganglios inflamados. Examinaron el líquido y en ese momento nos sugirieron que la cosa no tenía vuelta atrás y pretendían que accediera a sacrificarla ahí, ese mismo día, a lo que me negué rotundamente, ya que pese a estar deshidratada, ella estaba lúcida, disfrutaba durmiendo con nosotros y comía con ganas (aunque tenía que ir la comida a ella y no ella a la comida). Así que le inyectaron una buena cantidad de suero para re-hidratarla y nos dieron algunas pautas y recomendaciones.

 

De nuevo con Gato en casa, nosotros íbamos ofreciéndole comida a cada momento, dando jeringuillas con agua para que no se deshidratase y pasando todo el tiempo posible con ella. Trasto por su lado, disfrutaba de toda la comida que le íbamos dando a ella ya que él siempre acababa comiéndose lo que Gato no quería; curiosamente Trasto durante todos estos días no molestaba a Gato (jugando a su manera) como era habitual, él la dejaba descansar tranquila e incluso en algún momento la limpió, cosa que quizás había pasado dos veces en 10 años.

Gato cada vez se movía menos y empezaba a tener problemas de orina, por lo que le dejamos la caja bien cerca y la cosa parecía que funcionaba bien. Cada vez le costaba más subir y bajar del sofá o la cama, caminaba como borracha ya que tenía la barriga un poco hinchada con el líquido ese y no controlaba bien sus movimientos además de la debilidad y deshidratación que tenía. Gato siempre fué una gata pequeña, rondando los 3-3.5Kg, sin embargo en la última visita al veterinario, antes de la operación ya estaba en 2.9 y éstos últimos días había bajado 100-150 gramos, además estaba un grado por debajo de una temperatura gatuna normal y tenía «el segundo párpado» bastante seco.

Cada noche de su última semana de vida durmió conmigo, empezaba encima de pierna, moviéndose a mi regazo y posteriormente, de madrugada, con su patita indicando que le abriese la cama para ponerse a mi costado o apoyada en mi brazo, momento en el que empezaban sus ronroneos mágicos que tranquilizarían a cualquiera, ya que fueron unas noches muy duras y largas por lo que se nos estaba viniendo encima; pero por mi parte, a su vez intenté que fueran noches de disfrute absoluto de su compañía para estirar lo máximo posible el mejor de los recuerdos que me puedo llevar dentro, su compañía. Por eso estoy escribiendo esto a lágrima suelta, quiero no olvidarme nunca de esa sensación. Seis días complicados, en los que Maria por suerte tuvo la oportunidad de teletrabajar y quedarse a cargo de quién más la necesitaba en ese momento. Seis días en los que quitando el trabajo no hicimos más que estar en família y gozar cada minuto de lo que pronto sabíamos que se nos iba a arrebatar. Seis días que seguro echaría de menos de no haberlos tenido si la hubiésemos dejado ir en el primer diagnóstico. Todo el mundo me instaba a dejarla ir, sin embargo yo no podía hacerme a la idea de estar sin ella; la veía disfrutar algunos ratos y pese a estar poco activa, casi cada mañana me seguía a la nevera y pedía comida, aunque fuese incapaz de comérsela por ella misma. Además, nada más saborear la comida por lo general se ponía a ronronear. Cada vez que nos sentábamos en el sofá o la cama, ella hacía lo imposible para ponerse encima nuestro y transmitirnos su afecto, haciéndonos saber que todo iba a estar bien; que el maldito cáncer que se llevo a mi madre, ahora se la iba a llevar a ella, pero ella nos quería ver a los tres juntos, recordándola feliz.

La última de las seis noches estuve gozando de sus ronroneos desde las cuatro hasta las seis y media o siete, momento en que ella quiso ir al arenero, pero al tocar suelo se desplomó. Se orinó encima y le vi la mirada perdidísima. Intenté estimularla con algo de comida, pero no parecía estar ahí, de hecho me buscaba con su pata pero no acertaba (probablemente estaba embriagada por falta de oxígeno, no lo sé). La cogí en mi regazo hasta que se tranqulizó un poco y ambos decidimos que había llegado el momento. Contactamos con el veterinario antes de que abriese y nos dió la primera hora que tenía ese fatídico viernes 27 de enero. Durante el último ratito que la tuve encima hizo un maullido diferente a los que antes nos había regalado, indicando que algo de dolor había aparecido. El camino al veterinario fue duro, no por meterla en el transportín, como de costumbre, ya que esta vez no pudo ejercer ningún tipo de resistencia al no tener fuerzas; si no por verla con la mirada perdida, no podía encontrar a Gato mirándola a los ojos y eso me estaba matando. Al llegar al veterinario, la abracé durante un momento, la veterinaria me dijo que estuviese más rato, pero me habría quedado así todo el día. Se la dejé en la mesa de la consulta, la besé y me fuí como un cobarde, dejando a Maria José con ella en ese momento tan duro. Ahora me arrepiento un poco, pero tengo claro que no podría soportarlo, tan siquiera puedo ver como pinchan a alguien (o a mí mismo) sin que me dé una bajada de tensión. Ojalá pudiese tener en un archivo la sensación de abrazarla, ojalá :/ .

Nos volvimos a casa con el transportín vacío y desde entonces Trasto está mucho más sociable (aunque sigue escondido con la mayoría de visitas), a nosotros no deja de prestarnos atención, maullarnos y echarnos de menos, aunque probablemente también nos está reclamando que nos fuimos con Gato y no la trajimos de vuelta. Que no se queje tanto, pues ahora tendrá el doble de atención, aunque no será lo mismo sin ella.

 

Ahora Trasto se ha adueñado de todos los juguetes, lugares para dormir y podrá echarse allá donde guste, a pierna suelta como en estas imágenes.

Si has llegado hasta aquí, siento la chapa, de haberlo sabido hubiese hecho un podcast… fuera bromas, hay muchas más cosas que me gustaría escribir para la posteridad, pero creo que es suficiente, ya que no me cabe nudo mayor en esta gran papada que mi cuello alberga; sin más que añadir…

Siempre en nuestros corazones, Gato.